-¡Oh no! Por otra parte, no se trata de esto. Esa gente no sabría ser interesante en la medida en que soporta el trabajo, con todas las demàs miserias o sin ellas. ¿Cómo podría elevarlos esto si la rebeldía no domina en ellos? En este momento, por lo demás, usted los ve, pero ellos no la ven. Odio con todas mis fuerzas esta servidumbre que se me quiere encarecer. Compadezco al hombre que esta condenado a ella, que no puede substraerse en general a su imperio, pero no es la dureza de su agobio la que me dispone a su favor: es y no podía ser más que el vigor de su protesta. Sé que en el horno de una fabrica o delante de una de estas inexorables máquinas se imponen durante todo el día, con intervalos de algunos segundos, la repetición del mismo gesto, o en cualquier otra parte bajo las órdenes menos aceptables, o en la celda de una cárcel, o ante un pelotón de ejecución, uno puede aún sentire libre, pero no es el martirio que sufre lo que crea esa libertad. Dicha libertad es, y así deseo que sea, un desencadenamiento perpetuo. Mas para que este desencadenamiento sea posibl, constantemente posible, es preciso que las cadenas no nos aplasten, como es el caso de la mucha gente a la que usted se ha referido. Pero esta libertad es también, y tal vez humanamente mucho más, la más o menos larga pero maravillosamente continuación de pasos que le están permitidos dar a un hombre desencadenado. ¿Cree usted que son capaces de dar estos pasos? ¿Tienen tiempo o valor de darlos, por otra parte? Buena gente, dice usted. Sí, buena gente, como todos los que se hacen matar en la guerra, ¿no es verdad? No hablemos de los héroes,: muchos desgraciados y algunos pobres idiotas. En cuando a mí, lo confieso, estos pasos lo son todo. La verdadera pregunta pregunta es: ¿a dónde van? Acaban por trazar una ruta, y en ella, ¡quién sabe si no se presentará el medio de desencadenar o de ayudar a desencadenarse a los que no han podido seguir! Es entonces cuando sera conveniente demorarse un poco, aunque sin volver atrás.
NADJA POR ANDRÉ BRETON
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